LAS HOJAS DE PACHA (14)
A nadie he contado que la Vieja Pacha es de esas mujeres que
jode por todo, si alguien dice que recoja las hojas de la calle, entonces la
caprichosa las deja ahí por siempre, luego viene el marido, ve hacia todo lado
como león herido y empieza a barrer con fuerza, hasta partir cada escoba, y la
vieja se incomoda pues el valiente inicia a vociferar con los vecinos. Es que
tiene una mujer puerca que sólo hace aseo cuando el rey llega a casa con unos
cuantos limones y la cara larga.
Entre joda y joda, la Vieja se hace detrás de la puerta y
arma berrinchera hacia adentro, grita
con fuerzas y empieza con muecas y saltos que nos hace orinar de la risa, la
amiga de la vieja es una señora que viene de vez en cuando a colaborar con el
aseo, ya tiene algunos achaques por necia y media, pero todavía se le mueve la
cintura y tiene al viejo en cama, fregado de tantas ganas viejas, pues todo el
día trabaja, pero en la noche el vago espera respuesta.
Hoy nos dimos cuenta de todo, nos mojamos los pantalones al
ver a ésta vieja cómo saltaba ante cada gruñido, su rostro encendido a punto de
infarto, pero no se quiere morir, le hace gestos también a la vida y se le
esconde a la parca desnuda.
Luego del ruido, las miradas de los vecinos, pero no dicen
nada, se incomodan y la vieja Pacha busca el libro viejo en donde guarda sus
historias y una a una empieza a leerlas, ¿valió la pena?, ¿de qué sirve un café
caliente si luego se agria en la boca y nos hace rechinar los dientes?, luego
recordó que los dientes eran prestados, ya ni sentía ese raro dolor de otros
días, se habían ido uno a uno y se ajustaban en el pecho esos sonidos, que
parecían reventar su boca al dormir y apretar el corazón al despertar.
Vio de frente a una imagen en su mesita, era un rostro
enojado o triste, la mirada húmeda, la media barba rojiza, un camisón largo hasta
el piso era cubierto por una especie de bufanda roja y entonces olvidó todo, un
Señor escuchaba cada sonido de su caudal, el malestar se fue como el aguacero
de hoy, sólo quedó el árbol más verde y
las hojas más húmedas, lo que fue ayer, la vieja lo olvidó, pues le
importa éste segundo, le interesa la semilla que germinará y el cuidado que ha
de tener de ahora en adelante al caminar.
Ya no jode, ¡es más!, ya no habla, los labios se cosieron
por dentro, más un río se encauza por sus ojos y se va cada gota de rocío junto
a la mirada de la estampita, van a dar con esa paz que se siente cuando estamos
obrando el bien, pero nadie se entera porque así ha de ser, luego nos damos
cuenta que no se ha crecido, el mar sigue ahí pero nosotros nos vamos sin hacer
ruido, entre cada ola y regresamos a la playa a dejar toda la sal, y a recoger
la que se había quedado en el camino, así, morenas y calmas, pareciendo hojas
secas bajo un roble florecido.
Raquel Rueda Bohórquez
25 4 16